lunes, 31 de octubre de 2011

Un sentido homenaje a Pedro Lauro Castorino...




(Por E.E.H) Era militar pero quizá habrá sido un oficial de otras épocas, porque nunca le brotó ningún exabrupto de cuartel. A los catorce, quince años que teníamos cuando sus alumnos lo conocimos, Pedro Lauro Castorino habría de convertirse en un profe de historia que tuvo en el Colegio San José a su segunda casa, llegando a ser el primer director laico de la Institución. Se murió ayer, en medio del afecto de sus familiares y el otro afecto, el sincero, el imborrable, de dos generaciones de alumnos.

También, dicen, años atrás había sido funcionario de la Dirección de Cultura. Quizá revistiera el grado de Mayor, y esta incertidumbre acerca de la jerarquía castrense de Lauro tiene que ver con la pasión que gobernó su vida: la docencia.

Lo conocí en primer año bachiller del San José. Yo había empezado a devorar libros de historia argentina, y estaba leyendo con la intensidad de un descubrimiento a una corriente historiográfica que entonces se llamaba revisionismo y que objetaba el trazo grueso de la historia oficial. Saldías, Hernández Arregui, Milcíades Peña y el impostergable Juaretche contrastaban con el libraco que proponía Castorino. “¿En algún momento vamos a estudiar a los autores revisionistas, profesor?”, le pregunté. Me miró con cierto asombro y balbuceó algo así como que alguna vez trataríamos esa cuestión que, por supuesto, no tratamos jamás.

Su especialidad, lo he contado muchas veces, no tenía que ver con los abismos ideológicos de la historia, sino con un detalle que podría ser menor desde el punto de vista conceptual, pero que nos atrapaba a todos. Por eso sus clases eran inolvidables. Pedro Lauro era un maestro en la narración viva de las grandes batallas de las Guerras de la Independencia. Por su formación militar tenía un conocimiento al milímetro de los manuales de táctica y estrategia de la guerra, pero un inesperado don teatral, algo que le venía desde su más profunda mismidad, lo hacía mucho más que un profesor contando las epopeyas de la historia. Allí, en esos momentos intensos, cuando se paraba sobre la tarima del salón, de saco y corbata, con un puntero en la mano, y dibujaba, sumando todas las piezas de artillería, el plano de la batalla de Chacabuco (era su narración mejor lograda, quizá por lo decisiva que resultó para la Independencia), parecía que el Espíritu Santo, que la Musa de San Martín, que el Angel de la Guarda de O’Higgins, le dictaban al oído el relato oral de aquella batalla ocurrida el 12 de febrero de 1817. A tal punto, escribí alguna vez y tantos compañeros coincidieron con la figura literaria, que al término de su narración el aire del aula olía a pólvora y a sangre, y podían escucharse los gritos de los moribundos y las loas de los triunfadores, como si la Historia hubiera retrocedido, en un instante único y mágico, los 157 años que nos separaban de aquella batalla a nosotros, sus alumnos del San José.

Nunca dejé de verlo, ni de agradecerle aquellas clases donde el rostro de San Martín se escapaba del cuadro del salón para cobrar la dimensión del estratega a través de su mejor biógrafo pedagógico-militar: don Pedro Lauro Castorino.

Otros alumnos me contaron que a la hora de hablar del ser político como sujeto de la historia, tenía una frase de colección para su sentido común. Decía que el hombre que se adelantaba a su tiempo o llegaba tarde a los designios del destino, no era ni un genio incomprendido ni un revolucionario fracasado, sino, lisa y llanamente, un boludo.

Lo quisimos de verdad y creo que fue un afecto mutuo, de ida y vuelta. Jamás dejó de faltar al Asado del Reencuentro organizado por el Centro de Ex Alumnos del Colegio. No podríamos decir lo mismo de unos cuantos docentes que evitaron, treinta años después, encontrarse cara a cara con los que fueron sus alumnos.

En el abrazo con que nos recibía y nos despedía estaba la síntesis de un profesor querido y respetado. No es poco.

Murió ayer en su propio campo de batalla contra la emboscada de los años terribles y malvados, acompañado de su familia y de todos los que sabíamos que, a su manera, nos estaba contando desde la tarima del adiós el último combate de su existencia. Lo despediremos hoy lunes, en la capilla del Colegio San José.

Fuente: La Tandilura de Elías El Hage