lunes, 12 de diciembre de 2011

3 fotos del asado del sábado 10 de diciembre 2011



lunes, 31 de octubre de 2011

Un sentido homenaje a Pedro Lauro Castorino...




(Por E.E.H) Era militar pero quizá habrá sido un oficial de otras épocas, porque nunca le brotó ningún exabrupto de cuartel. A los catorce, quince años que teníamos cuando sus alumnos lo conocimos, Pedro Lauro Castorino habría de convertirse en un profe de historia que tuvo en el Colegio San José a su segunda casa, llegando a ser el primer director laico de la Institución. Se murió ayer, en medio del afecto de sus familiares y el otro afecto, el sincero, el imborrable, de dos generaciones de alumnos.

También, dicen, años atrás había sido funcionario de la Dirección de Cultura. Quizá revistiera el grado de Mayor, y esta incertidumbre acerca de la jerarquía castrense de Lauro tiene que ver con la pasión que gobernó su vida: la docencia.

Lo conocí en primer año bachiller del San José. Yo había empezado a devorar libros de historia argentina, y estaba leyendo con la intensidad de un descubrimiento a una corriente historiográfica que entonces se llamaba revisionismo y que objetaba el trazo grueso de la historia oficial. Saldías, Hernández Arregui, Milcíades Peña y el impostergable Juaretche contrastaban con el libraco que proponía Castorino. “¿En algún momento vamos a estudiar a los autores revisionistas, profesor?”, le pregunté. Me miró con cierto asombro y balbuceó algo así como que alguna vez trataríamos esa cuestión que, por supuesto, no tratamos jamás.

Su especialidad, lo he contado muchas veces, no tenía que ver con los abismos ideológicos de la historia, sino con un detalle que podría ser menor desde el punto de vista conceptual, pero que nos atrapaba a todos. Por eso sus clases eran inolvidables. Pedro Lauro era un maestro en la narración viva de las grandes batallas de las Guerras de la Independencia. Por su formación militar tenía un conocimiento al milímetro de los manuales de táctica y estrategia de la guerra, pero un inesperado don teatral, algo que le venía desde su más profunda mismidad, lo hacía mucho más que un profesor contando las epopeyas de la historia. Allí, en esos momentos intensos, cuando se paraba sobre la tarima del salón, de saco y corbata, con un puntero en la mano, y dibujaba, sumando todas las piezas de artillería, el plano de la batalla de Chacabuco (era su narración mejor lograda, quizá por lo decisiva que resultó para la Independencia), parecía que el Espíritu Santo, que la Musa de San Martín, que el Angel de la Guarda de O’Higgins, le dictaban al oído el relato oral de aquella batalla ocurrida el 12 de febrero de 1817. A tal punto, escribí alguna vez y tantos compañeros coincidieron con la figura literaria, que al término de su narración el aire del aula olía a pólvora y a sangre, y podían escucharse los gritos de los moribundos y las loas de los triunfadores, como si la Historia hubiera retrocedido, en un instante único y mágico, los 157 años que nos separaban de aquella batalla a nosotros, sus alumnos del San José.

Nunca dejé de verlo, ni de agradecerle aquellas clases donde el rostro de San Martín se escapaba del cuadro del salón para cobrar la dimensión del estratega a través de su mejor biógrafo pedagógico-militar: don Pedro Lauro Castorino.

Otros alumnos me contaron que a la hora de hablar del ser político como sujeto de la historia, tenía una frase de colección para su sentido común. Decía que el hombre que se adelantaba a su tiempo o llegaba tarde a los designios del destino, no era ni un genio incomprendido ni un revolucionario fracasado, sino, lisa y llanamente, un boludo.

Lo quisimos de verdad y creo que fue un afecto mutuo, de ida y vuelta. Jamás dejó de faltar al Asado del Reencuentro organizado por el Centro de Ex Alumnos del Colegio. No podríamos decir lo mismo de unos cuantos docentes que evitaron, treinta años después, encontrarse cara a cara con los que fueron sus alumnos.

En el abrazo con que nos recibía y nos despedía estaba la síntesis de un profesor querido y respetado. No es poco.

Murió ayer en su propio campo de batalla contra la emboscada de los años terribles y malvados, acompañado de su familia y de todos los que sabíamos que, a su manera, nos estaba contando desde la tarima del adiós el último combate de su existencia. Lo despediremos hoy lunes, en la capilla del Colegio San José.

Fuente: La Tandilura de Elías El Hage

domingo, 7 de agosto de 2011

¡ Bomba en el San José ! Un recuerdo del ex alumno Elías El Hage

El eficiente resultado que tuvo en la víspera la amenaza de bomba al Colegio San José, con la posterior suspensión de las clases, humilla aún más la intentona dotada de una profunda heroicidad que realizó un alumno del Sanjo en el contexto del Tandil de los años felices. El objetivo era el mismo: zafar de una temible prueba escrita. El 17 de agosto de 1973 un comando unipersonal representado por el alumno Gustavo Gentile, desde la cabina telefónica del Bar Ideal, procuró la hazaña con un resultado catastrófico.

Lo lograron. Casi cuarenta años después del bombazo frustrado, puesto que así conoció la comunidad del Sanjo aquel episodio que, para la época, signó a su protagonista como un auténtico paradigma de la audacia.

Ayer, un correo electrónico llegado al establecimiento, donde no hace falta ser Sherlok Holmes para distinguir la huella de un estudiante del Colegio San José, logró movilizar a los bomberos, sembrar una inquietud leve y, lo que es más importante, conquistar el objetivo de máxima que se trazó al momento de hacer saber la advertencia vía e-mail: la inmediata suspensión de las clases y todas las actividades bajo la amenaza de que en algún recóndito lugar del Colegio latía un explosivo pronto a estallar, cuestión que no superó la instancia de una falsa alarma.

El hecho tenía un remoto y fallido antecedente. Todo el contexto colaboró para que aquella intentona terminara en un sonoro fracaso, quizá porque el clima de época y la rígida disciplina de la Institución hacían imposible suponer el éxito de un episodio de semejante naturaleza. Si por arrojar las hojas de una carpeta por la ventana, en 1980, al Gato Sánchez le habían puesto 5 amonestaciones el último día de clase, con la cual sumó los fatales 24 y perdió el año a dos horas de recibirse Perito Mercantil, ¿quién podía imaginar que en plena década del setenta un acontecimiento como el de la víspera podía ocurrir con posibilidad de triunfo? Nadie.

Y, en efecto, así sucedieron las cosas. Fue, según la historiografía del Portal, un 17 de agosto de 1973. A las siete de la mañana. Envuelto en su blazer azul, atosigado por el nudo grosero de la corbata, de clásico pantalón gris y zapatos acordonados, el alumno Gustavo Gentile entró al Bar Ideal con sus carpetas y libros bajo el brazo y un cospel en la mano libre.

Fue derecho a la cabina telefónica que estaba ubicada a metros de lo que era la cocina del bar, donde se hacían las célebres pizzas, sobre el ventanal de la calle Rodríguez. Al Ideal se iba por dos cuestiones: 1) Para escuchar, con el ánimo por el piso, cómo la radio comunicaba los números del sorteo de los futuros colimbas. Y 2) Para cumplir con una peligrosa rata debido a la escasa intimidad del boliche.

Gentile, que cursaba el secundario, discó el número del colegio y se envolvió la boca en una bufanda que le distorsionó el tono de voz. Cuando del otro lado descolgaron el tubo, el hoy médico clínico disparó:

-Somos del comando revolucionario Evita Capitana y le informo que hemos puesto una bomba en el colegio.

Quien lo atendió fue el hermano Crisóstomo, un cura que no se caracterizaba por su sutileza.

-¿Ah sí? ¿Una bomba? –le dijo el cura y remató con rotunda indiferencia aquella frase célebre que dio por concluida la comunicación-: ¡Pues entonces explotaremos todos!

Humillado, Gentile cruzó la plaza y enfiló hacia el colegio. Su historia, doblegada por el fracaso, encontró en la víspera una reivindicación que ya nadie, ni siquiera él, esperaba.


Fuente: La Tandilura

jueves, 24 de marzo de 2011

Un homenaje a "Tito" Mereb...( desaparecido bajo al dictadura del 76)

Jorge Luis Mereb- 2 de febrero de 1946-
ex-alumno. Un sentido homenaje de sus compañeros a 35 años del Golpe de Estado de 1976. Desapareció durante el 76.

viernes, 11 de marzo de 2011

Mario Clavell:Un sincero homenaje del Elemento Negativo




Autor e intérprete de un vasto y popular cancionero romántico al que recurrieron Julio Iglesias, José Feliciano, Libertad Lamarque, Raphael, Mina, Pedro Vargas y Armando Manzanero, entre
otros, falleció ayer por la mañana, a los 88 años, en Buenos Aires.


Debutó en San José Clavell manifestó su atracción por la música desde muy pequeño cuando a los 9 años debutó como solista en la fiesta de fin de curso del Colegio San José y en el coro de la Iglesia Parroquial. Sin embargo, fue a los 18 cuando se inició profesionalmente como intérprete de la mano de Adolfo Carabelli en la Jazz de Radio Belgrano bajo el seudónimo de Mario Clawell y luego en 1944 estrenó una de sus primeras canciones. Luego y gracias al mexicano Juan Arvizu, fue presentado en la editorial Julio Korn donde hizo sus primeros contratos de edición. Gracias a ese puntapié inicial sus más grandes éxitos fueron interpretados por eximios cantantes locales como Leo Marini, Libertad Lamarque, Gregorio Barrios y Pedro Vargas y a partir de 1946 realizó sus primeras grabaciones con los conjuntos de Don Américo y Víctor Lister y se presentó como solista, interpretando sus canciones en emisoras y confiterías de la ciudad. Así continuó en la sala porteña La Coupole y en Radio Splendid, grabando discos para el sello RCA Víctor donde, en sus comienzos como autor se destacó con “¿Por qué?”, “¿Qué será de mí?”, “Hasta siempre”, “Porque tú lo quieres”, “Mi carta”, “Somos" y "Abrázame así”. En 1957 intervino en el ciclo de TV musical “Philco Music Hall” por Canal 7 junto a Niní Marshall y en 1961 se presentó por primera vez en España, donde finalmente

se radicó por cinco años cuando fue contratado por la Cadena Ser.


Leer nota en El Eco de Tandil