domingo, 7 de agosto de 2011

¡ Bomba en el San José ! Un recuerdo del ex alumno Elías El Hage

El eficiente resultado que tuvo en la víspera la amenaza de bomba al Colegio San José, con la posterior suspensión de las clases, humilla aún más la intentona dotada de una profunda heroicidad que realizó un alumno del Sanjo en el contexto del Tandil de los años felices. El objetivo era el mismo: zafar de una temible prueba escrita. El 17 de agosto de 1973 un comando unipersonal representado por el alumno Gustavo Gentile, desde la cabina telefónica del Bar Ideal, procuró la hazaña con un resultado catastrófico.

Lo lograron. Casi cuarenta años después del bombazo frustrado, puesto que así conoció la comunidad del Sanjo aquel episodio que, para la época, signó a su protagonista como un auténtico paradigma de la audacia.

Ayer, un correo electrónico llegado al establecimiento, donde no hace falta ser Sherlok Holmes para distinguir la huella de un estudiante del Colegio San José, logró movilizar a los bomberos, sembrar una inquietud leve y, lo que es más importante, conquistar el objetivo de máxima que se trazó al momento de hacer saber la advertencia vía e-mail: la inmediata suspensión de las clases y todas las actividades bajo la amenaza de que en algún recóndito lugar del Colegio latía un explosivo pronto a estallar, cuestión que no superó la instancia de una falsa alarma.

El hecho tenía un remoto y fallido antecedente. Todo el contexto colaboró para que aquella intentona terminara en un sonoro fracaso, quizá porque el clima de época y la rígida disciplina de la Institución hacían imposible suponer el éxito de un episodio de semejante naturaleza. Si por arrojar las hojas de una carpeta por la ventana, en 1980, al Gato Sánchez le habían puesto 5 amonestaciones el último día de clase, con la cual sumó los fatales 24 y perdió el año a dos horas de recibirse Perito Mercantil, ¿quién podía imaginar que en plena década del setenta un acontecimiento como el de la víspera podía ocurrir con posibilidad de triunfo? Nadie.

Y, en efecto, así sucedieron las cosas. Fue, según la historiografía del Portal, un 17 de agosto de 1973. A las siete de la mañana. Envuelto en su blazer azul, atosigado por el nudo grosero de la corbata, de clásico pantalón gris y zapatos acordonados, el alumno Gustavo Gentile entró al Bar Ideal con sus carpetas y libros bajo el brazo y un cospel en la mano libre.

Fue derecho a la cabina telefónica que estaba ubicada a metros de lo que era la cocina del bar, donde se hacían las célebres pizzas, sobre el ventanal de la calle Rodríguez. Al Ideal se iba por dos cuestiones: 1) Para escuchar, con el ánimo por el piso, cómo la radio comunicaba los números del sorteo de los futuros colimbas. Y 2) Para cumplir con una peligrosa rata debido a la escasa intimidad del boliche.

Gentile, que cursaba el secundario, discó el número del colegio y se envolvió la boca en una bufanda que le distorsionó el tono de voz. Cuando del otro lado descolgaron el tubo, el hoy médico clínico disparó:

-Somos del comando revolucionario Evita Capitana y le informo que hemos puesto una bomba en el colegio.

Quien lo atendió fue el hermano Crisóstomo, un cura que no se caracterizaba por su sutileza.

-¿Ah sí? ¿Una bomba? –le dijo el cura y remató con rotunda indiferencia aquella frase célebre que dio por concluida la comunicación-: ¡Pues entonces explotaremos todos!

Humillado, Gentile cruzó la plaza y enfiló hacia el colegio. Su historia, doblegada por el fracaso, encontró en la víspera una reivindicación que ya nadie, ni siquiera él, esperaba.


Fuente: La Tandilura